jueves, 7 de octubre de 2010

OBSERVANDO A LOS COMENSALES (RELATO)

“Las mismas caras de siempre, los mismos comensales. No, ¡qué va! Allí, cercano a la puerta de entrada, creo ver un rostro nuevo, desconocido para mí. Será alguien que al pasar por delante del restaurante vio el menú, le apeteció, y decidió entrar. Por lo demás, somos los de siempre. Creo que ésta es la hora de la tercera edad, y la del primer turno de los empleados del supermercado de al lado. Principalmente la de la tercera edad; sí, la de la tercera edad, porque vienen hombres y mujeres solos y algunos matrimonios, todos ellos entraditos en años. Claro, que la comida sencilla y casera a un módico precio es un buen aliciente, de lo contrario, su paga de jubilados no les permitiría este pequeño lujo (por llamarlo de alguna manera), así se evitan comprar, cocinar y limpiar, y como viven cerca, apenas tienen que desplazarse de sus hogares unos cuantos metros. ¡Qué madrugadores son! Es temprano aún y algunos están llegando ya a los postres. Ya entiendo, aparecen por el restaurante antes de que lleguen los empleados de los negocios cercanos. Me reafirmo en mi idea: decididamente es la hora de la tercera edad. Esa tercera edad, que ahora, por suerte, está por todas partes, allá donde vaya los encuentro, lo copan todo. ¿Qué voy a una cafetería? Allí están ellos. ¿Qué al teatro? Pues también. ¿Qué a una discoteca? Los primeros. La verdad es que cuando salgo, me encuentro: jóvenes yogures o efebos sexagenarios. ¡Bien por la tercera edad! Pero... ¡dónde están los de mediana edad! En casita, con la mujer y los niños, supongo. A veces me siento como el garbanzo negro del cocido; no, esa comparación no me gusta; mejor... como amapola en un campo de margaritas: marcando la nota.
”¡Vaya! Hoy el menú parece especial. Quizás he mirado el más caro. ¿A ver? Pues no, no me he equivocado. ¡Qué bien, ahora no sé qué pedir? Una no está acostumbrada a estos lujos”.
-¿ Ha decidido ya la señora o señorita lo que va a tomar?
-Sí: arroz marinera y lubina al horno.
-¿Con ensalada?
-¿Con qué viene la lubina?
-Con unas patatitas al horno que están deliciosas.
-Pues entonces con patatas, así sí me gustan, fritas... no tanto, por eso a veces pido ensalada de guarnición.
-¿El agüita de siempre?
-Sí, claro, pero hoy del tiempo, por favor.
“ Siempre la misma pregunta. Llevo más de un año viniendo a comer aquí, y todos los días me hace la misma preguntita: “¿Señora o señorita?”. Pues me temo que tendrá que seguir haciéndola por mucho tiempo, no tengo intención ni ganas de contestarla y aclarar sus dudas. ¿Por qué tanto interés si está casado y tiene hijos?”.
-Paco, por favor, ¿me cambiarías el pan? Prefiero el de barra.
-Por supuesto, ¿no faltaría más?
“La señora Teresa en su mesa de siempre, ella, al igual que yo, busca sentarse al fondo de la sala, donde los camareros en su ir y venir no nos molestan; además, desde nuestras respectivas mesas oteamos al resto de los comensales. La verdad es que tiene un toque especial de distinción en sus gestos, el tono de su voz es suave y se expresa con un léxico bastante culto. Parece que hoy no come sola, la acompaña otra señora amiga suya que ya ha venido en alguna que otra ocasión. Están conversando en francés, bueno, y en español también. ¡Con qué facilidad pasan de un idioma a otro!
”No quiero reírme de aquella otra señora que está sentada con su marido en la mesa contigua a la de la señora Teresa, es tan pequeñita, que la barbilla se le queda casi a la altura del plato. No quiero reírme, no, porque entre otras cosas, me recuerda a mi abuela materna. ¡Cuánto quería a mi abuela Kika! Y aunque había cosillas de ella que me hacían sonreír, le tenía un gran respeto. Pero claro, es que es muy fácil sonreírse cuando la recuerdo bamboleando sus piernas en los asientos del metro: adelante y atrás, adelante y atrás, adelante y... Era tan bajita que sus pies no tocaban el suelo. ¡Qué ternura me inspiraba cuando la veía jugar con sus piernas como si fuese una niña pequeña!
”Ahora llega el matrimonio Canales. ¡Ja, ja, ja! ¡Qué simpática es la señora María! Sus comentarios me hacen a veces reír, para mis adentros, claro, no vaya a pensar el resto de los comensales que estoy medio loca, pero hay que reconocer que viste un humor excelente. Su ceguera física no le impide ver el mundo con alegría, debería de plagiarla un poco, y en lugar de a veces verlo todo gris, mirar mi vida como si lo hiciera a través de un calidoscopio. Como siempre, su marido, que no ha perdido por completo la visión, es su guía, su lazarillo complaciente. También el camarero suele ser atento con ella. “Siéntese en la silla señora María”. “Pues claro hijo, es lo suyo, no me voy a sentar en la mesa y me vas a servir en la silla”. ¡Qué respuesta la de la señora María! ¡Y como lleva su deficiencia! ¡Siempre con su extraordinario buen humor! Sus comentarios jocosos lo dicen todo, tanto el de hoy como el del otro día, cuando le dijo Paco: “Señora María, las judías de hoy están buenísimas”. Y ella le contestó: “No, creo que no las voy a tomar, les he visto la cara y no tienen buena pinta”. Ignoro quién la vestirá y peinará, lo cierto es que siempre va impecable, quien quiera que lo haga, sabe elegir con buen gusto y criterio todo lo que la favorece.
”No entiendo cómo el señor Jacinto, “El Poeta de Cuatro Caminos”, como él se define, viene a comer solo y no lo hace con su mujer. Dice que se está quedando ciega por culpa de la diabetes, y todos los días, después de comer él, le lleva la comida a casa. ¡Peor está la señora María que ya es ciega total!, y... ¡aquí la tenemos día tras día! Que razón tiene el refrán que dice: “Querer es poder”. A mí me parece que al señor Jacinto le gusta ir de mártir, que bajo ese manto de optimismo, en el fondo, lo que le gusta es hacerse la víctima. “Pobrecita mi mujer, se está quedando ciega, y aquí estoy yo, teniéndole que llevar la comida cada día”.¡Siempre con la misma canción! En un principio, cuando le conocí, me cayó bien, pero ahora ya me cansa; me cansa su cantinela, sus amplios conocimientos de historia, que diariamente y como un papagayo nos larga a todos, y sus poemas sencillos y repetitivos que me recita (siempre los mismos) cuando me ve aparecer. Pegado a sus temas, no escucha, no sabe escuchar, sólo quiere que le oigan, le digas lo que le digas da igual, el sigue machaconamente con sus cosas. “¿Y a que no sabe usted que en un principio Marruecos estaba dividido en dos provincias imperiales? ¿Y a que tampoco sabe por qué Carlos V eligió Yuste para su retiro? ¿Y a que no sabe...?”. ¡Con lo agradable que sería conversar con él si también supiese escuchar!
”Esto de comer sola todos los días –que por cierto es aburridísimo- da para mucho. Observar a los comensales, por ejemplo. ¡Cuán distintos somos todos y cuán variedad de comportamientos observamos cada uno ante la mesa! El problema surge cuando tengo un mal día, entonces pongo a trabajar al coco, y absorta en el tema que me ocupa, no me entero ni de lo que como. Hurga que hurga en el mismo asunto, y... hablando de hurgar, ya tengo otra vez enfrente a la parejita de ayer, seguro que él repite la faena y seguro que de nuevo me revuelve el estómago. Ella está sentada de espaldas a mí, apenas veo el perfil de su rostro, parece sencilla, normalita, ayer no me fijé. Lo primero que ven mis ojos al levantarlos del plato, es a él y a sus gordas gafas, con cristales de culo de botella; gordas y grandes, que se escapan por los lados de su estrecha frente, y que contrasta con su ancha mandíbula y su enorme papada. Ni siquiera se ha quitado para comer la cazadora de cuello de piel moutón, dentro del cual sepulta su corto cogote. Con la servilleta en ristre, a modo de babero, igual que ayer, para que no se manche su abultado abdomen, tan prominente que no le permite acercarse debidamente al plato. ¡Vaya! Ya les han servido el postre: un delicioso trozo de tarta. Llena la cucharilla hasta rebosar los bordes de la misma; me temo, que en un descuido, parte de la tarta va a saltar desafiante sobre su rostro. No quiero seguir mirando, porque sé lo que viene detrás, sin embargo, sin darme cuenta y como por inercia, entre cucharada y cucharada, me encuentro de nuevo observándole con curiosidad. Sí, decididamente no quiero mirarle más, buscaré otro punto de atención. Por aquella esquina del local hay un señor de mediana edad, no está mal, ¡poquitos de esa especie se ven por aquí! Barbita algo canosa y bien perfilada, modales delicados y estatura mediana, supongo, lo deduzco por la distancia que su tenedor tiene que recorrer del plato a la boca.
”¡Este arroz calentito me ha arreglado el cuerpo!... Ya ha terminado su tarta, rebaña y limpia el plato, ¡que no se escape ni una miaja! Chupetea varias veces la cucharilla, ¡seguro que le saca sabor y gusto hasta al metal de la misma! Por fin terminó de comer y llega el momento de la limpieza. ¡Ahora sí que empieza la faena! Se retira la servilleta que le ha servido de babero, la dobla cuidadosamente formando un cuadrado perfecto, y empezando por una de las comisuras de la boca y apretando, bordea los labios con ella hasta llegar al punto de partida. Vuelta a empezar, pero esta vez en dirección contraria. Insiste una y otra vez, y para que no quede ningún rastro de comida, en su recorrido incluye también la nariz. ¡Dios! Ahora busca el palillero. Lo tiene a su lado derecho y no lo localiza, ¡por fin!, ¡lo encontró! ¡Ya sí que llegamos al momento cumbre! Mejor no miro”.
-¿Terminó?, ¿le traigo el segundo?
-Sí, gracias.
“¡Toma! ¡Menuda paliza le está dando al palillo! Escarba primero por el lado izquierdo, entre diente y diente; se lo saca de la boca, mira el palillo impregnado de restos de comida y los chupa. Nueva incursión, ahora hacia el lado derecho, y nuevo chupar. ¡Quia! ¡Qué mala suerte!, se le rompió la herramienta de trabajo. Toma un nuevo palillo, lo mira, parece que éste es más consistente, y nuevamente a la tarea.”
-Su lubina.
-Gracias Paco.
“¡Humm! ¡Qué bien huele!... ¡Pues está deliciosa! Voy a concentrarme en esta apetitosa comida y no voy a levantar los ojos del plato, porque es seguro que mi vecino de la mesa de enfrente sigue concentrado en el aseo de su máquina trituradora. ¡A ver! ¿En qué pienso? En el trabajo no, que me invade la inquietud, he dejado tantos asuntos pendientes, que me entran las prisas con sólo con pensar en ello, y al final, tonta de mí, con tal de acabar pronto de comer y volar a solucionarlos, no saborearía este delicioso manjar. ¿Qué es ese escándalo que viene del otro lado del restaurante? Ah, ya, el niñato del super, el de los recados, pobrecillo, se le nota que es un poquito corto de luces; disfruta llamando la atención tontamente, y sus compañeros de trabajo le ríen las gracias. ¡Pues... maldita la gracia que me hace a mí! El día que llegué un poquito más tarde de lo acostumbrado, y mi mesa estaba ocupada, me senté cerca de ellos, y... ¡menuda comida me dio la criaturita!
”El del palillo ha soltado la herramienta, parece que no le es suficiente, ahora, con la palma de la mano hacia arriba, se mete el dedo índice de la mano derecha en la boca y busca y rebusca algo que se le resiste, probablemente algún resto de comida que se le enganchó en la prótesis dental. ¡Menos mal! Ya solucionó el problema, porque chupándose el dedo, se lo saca de la boca y lo limpia con la servilleta.

”Después de contemplar la escena que me ha brindado el ocupante de la mesa de enfrente, se me ocurre pensar, que yo hago lo mismo con mis tristezas. Son muchas las veces en las cuales me complazco en hurgar en ellas, y cual palillo, dirijo el hilo de mis pensamientos hasta los más intrincados recovecos de mi alma y las remuevo, me las saco, las miro, me las chupo y me las trago. En esta acción de falsa limpieza se me quedan restos por doquier, a esos restos se le adhieren otros, y entonces, socavando mi equilibrio interno, el espíritu se me llena de caries y sarro. Para limpiar estas inmundicias, voy a procurarme el mejor cepillo y el mejor dentífrico, y voy a emplearlos con ahínco, y, si a pesar de todo, ello no basta, le pediré al mejor especialista que encuentre, que me limpie el alma”.

PEQUEÑA CANECA MÍA (emulando a L.A.C)

Dulce como el sonido de tus primeras palabras
Salada como las gotas de sudor de tus sueños
Amarga como el despertar de tus silencios
Amarga como el sabor de tu primera ausencia
Amarga como la conquista de Cronos, complaciente en
recorrer perezoso mis insomnios
Salada como tus lágrimas, que también son mías
Dulce como tus besos, que disipan mis ansias sin tu saberlo

Pequeña caneca mía.

Tierna como la cuna preñada de esperanzas
Temida como la cosecha teme a la tormenta
Suave como el roce de una mirada en la mejilla
Suave como una tarde tranquila de verano
Suave como el jugo de una pera madura de agua
Temida como la profecía del llanto seco de un arroyo
Tierna como la hogaza casera recién horneada.

Pequeña, amarga, suave caneca mía.