El reloj de mi tiempo
examina mis días
desde su pared caliza,
disfruta observándome,
todavía, desde lejos,
o eso creo,
y yo que no quiero que se pare,
no me olvido, cada mañana,
de darle cuerda al levantarme.
El reloj de mi tiempo, a veces,
asoma el hocico
y agita su guadaña,
y yo, que sigo laborando sueños
y desmenuzando instantes,
le grito enfurecida
que mi última hora
no ha llegado todavía.
Y entonces él se esconde
y yo sigo dándole cuerda.