miércoles, 10 de marzo de 2010

A MI AMIGO JUAN

     Hace unos días, tras una enfermedad de dos años, perdí a mi gran amigo Juan. Era un agricultor de almas jóvenes, que cuidaba con esmero sus cosechas, un espíritu laborioso y puro que no sabía de maldades. En él acuné mis penas cuando la vida me zarandeó, y también mis alegrías, que para eso son los amigos verdaderos. Sé que soy muy afortunada por haber contado con su amistad, y ahora que ya se ha ido, me siento igual que si me hubiera quedado huérfana.

     Nos quedó pendiente —siempre estaba ocupado con sus chavales— una visita juntos a la tierra que me vio nacer y donde pasé mi infancia. Yo le contaba muchas cosas de mi niñez, y él me escribió el poema que al final incluyo.

     Lamento no haber podido estar más cerca para arroparle los últimos meses de su enfermedad: la distancia tuvo la culpa.

     Te mando, Juan, allá donde estés, el más sincero y caluroso abrazo.



LAS CENIZAS DEL NIDO



Cuando se regresa a la casa de antes

y se levantan los postigos de la infancia,

se tropieza con los recuerdos de la otra época

y el tiempo se desvanece...

Las huellas del pasado hieren el alma.

Todo es un campo de plumas

que el tiempo ha desolado...

Nada es capaz de apagar las velas tristes de la memoria.

 
Incluso el cuerpo con tirones de años

y desgajos de otra carne y otra piel,

se vuelve adolescente, tan sensible y virgen,

que se requiebra con los recuerdos

como si ahora fuera y ocurriera

ese todo permanente que nunca escapa,

parte de la carne en que vivo

parte de la vida que me agita...