martes, 28 de agosto de 2012

EL CORDÓN UMBILICAL

—Señorita, por favor.
—¿Dígame?, ¿que desea?—le dijo con voz afable.
—¿Me puede decir donde me encuentro?, y… ¿que hago aquí?
—Está recuperándose, supongo—contestó ella a la segunda pregunta, y, esquivando la primera, le preguntó: ¿es que no le cuidan bien?
—Sí, sí, me atienden perfectamente.
—¿Entonces? ¿Cual es el problema?
 —No tengo libertad, me siento secuestrado, y yo quiero tener libertad plena para todo, y entrar y salir cuando me apetezca. Necesito ir a casa de mi madre y comprobar que se encuentra bien, además, seguro que mi familia no sabe donde estoy y me estarán buscando. ¿Sería tan amable de llamarles por teléfono?
La mujer que le escuchaba pensó: “este anciano, que debe rondar los noventa años, de modales educados y expresión amorosa, se preocupa por su madre. Siempre la madre, rara vez el padre, aunque haya sido un padre ejemplar. ¿Es que el cordón umbilical jamás se rompe? ¿Qué sucede con aquellos que, por la razón que sea, nunca conocieron madre? ¿Es posible que su yo, el inconsciente, el enigmático, ese para el que la medicina no tiene explicación, deambule toda la vida tratando de encontrar el extremo de su cordón umbilical para aferrarse a el?