sábado, 26 de marzo de 2011

DOS DESTINOS


Caminaba pisando fuerte, segura de quien era y de lo que quería. Sus tacones retumbaban en el asfalto con poderío (casi insolente) de mujer libre.
Aminoró el paso cuando divisó a la pareja de lejos. El impulso insólito de la sangre la tiró del corazón, e  hizo, que de pronto, el resto de las personas que se movían a su alrededor desaparecieran, y su mirada se posara sólo en las dos figuras que avanzaban de frente. En ese momento no lo entendió.
Él con chanclas, bermudas y camiseta, como cualquier turista mas. Ella…, era toda velos.
Le  dio un vuelco el corazón cuando sus ojos se cruzaron con los ojos negros y profundos de ella, que, a pesar de su hermosura, quiso imaginar, o intuyó, que eran tristes. Hubiese querido colarse furtiva por esas ventanas, explorar sus pensamientos, y empezar a quitar  poco a poco y con delicadeza todos los velos negros con los que, nada mas nacer, fueron envolviendo su espíritu, esos que no le dejaban ver ni sentir la grandeza de la vida y de ser mujer.  
Había dejado atrás a la pareja cuando un flash le iluminó el recuerdo lejano de un viaje familiar a la tierra de su madre. ¡Esos ojos los conozco!, se dijo, son los mismos de mi abuela. Suerte la mía que mi padre es europeo, pero el alma se le encogió aún más pensando en la otra.