domingo, 10 de abril de 2011

LA ABUELA KIKA (III)


Lo que la abuela me contaba era fabuloso, extraordinario, fantástico, increíble. El horror primero, dio paso en mí al asombro, y a un mayor interés. Hablaría largo y tendido con ella, un día y otro día, hasta empaparme de todo, hasta penetrar en esa extraordinaria verdad y hacerla mía. La admiraba, admiraba al género humano ¡Qué maravillosos seríamos! ¡Qué fantástico sería trasladarse de un lugar a otro solamente con el poder de la mente! Además, descubierta esta mina, las posibilidades para un futuro serían inagotables. Sorbía sus palabras, me deleitaba escuchándola, y pensaba que, si su mente inculta había conseguido esto, ¡qué no conseguiría una mente cultivada! 

Ella seguía con sus explicaciones, y yo con mis reflexiones mentales, cuando, parándome en seco, observé que los demás no le prestaban atención.
—Abuela ¿por qué los demás no parecen extrañados? ¿Acaso no te ven? —pregunté intrigada.
—Sí, sí que me ven, pero al no encontrar una explicación convincente a mi presencia, prefieren ignorarme, para ellos yo ya estoy muerta, no existo.
—No, eso no es posible, vamos a hablarles, cuéntales todo, como has hecho conmigo.
—Inútil, todo sería inútil —contestó con tono de resignación.
—No abuela, no lo creo, verás, yo les hablaré: “Mamá, tíos, mirad, es la abuela, que alegría, ved todos, está viva”.
—Sobrina, haz el favor de no gastar bromas, a la abuela la enterramos ayer, y si no quieres ayudar, lo menos que puedes hacer es callarte y no molestar —me amonestó la pequeña de las hijas de mi abuela.
Con desesperación en impotencia grité: “¿Es que no la estáis viendo?”
—¡Pero qué poca vergüenza tienes!, si yo fuera tu madre..., ella que tanto te quiso, y tú ahora no tienes el menor respeto por su memoria —volvió a sermonearme mi tía.
Me sentía rota, impotente, cansada, como si hubiese librado una larga batalla en breves momentos. Si la respuesta de todos era la misma ¿qué haría entonces la abuela? No sé qué era peor, si morir enterrada viva o vivir estando muerta para todos. Quizás, cuando ella me explicara todos los detalles, yo intentaría llegar a los científicos, a los hombres y mujeres del saber, seguro que me escucharían y no me darían la espalda. 
—Abuela, esto no puede quedar así, ¿qué harás tú en este mundo existiendo sin existir?, tengo que ayudarte, pero para ello, es preciso que vuelvas a empezar por el principio, punto por punto ¡y no eludas nada diciendo que no lo comprendería!
Se disponía a comenzar su relato cuando...
—Riiiiiiiiiiinnnnnnnnn.
El despertador, como todos los días, sonó de nuevo. Iniciaba una jornada más de trabajo. Perezosamente y con el fresco recuerdo de mi querida abuela en la mente, me dirigí al lavabo. Apenas habían transcurrido cinco minutos cuando oí el timbre del teléfono. Lo atendió mi madre; después, con toquecitos nervioso en la puerta del aseo me dijo:
—Date prisa, tenemos que marcharnos rápidamente, acaba de llamar desde el pueblo mi hermana Ángela y dice que la abuela ha muerto.