jueves, 3 de marzo de 2011

PROVOCANDO A LOS SENTIDOS


Era un día delicioso de finales de primavera, e iba tranquila paseando por las distintas salas del museo. Inesperadamente, al posar mis ojos en él, una ráfaga de frío que parecía que me los iba a convertir en escarcha, me penetró en los huesos, hasta el aliento lo sentí helado.
Todo era perfecto y todos en su conjunto y por separado me transmitieron tan intensa sensación: el fondo lejano y oscuro como una peineta en el horizonte; los árboles desnudos, indefensos y escorados por los violentos empellones; el asno hundido hasta las corvas en la nieve, enfrentándose a la carga y las inclemencias del tiempo, y las personas inclinadas para no ver, porque con sentirlo ya les era suficiente. ¡Hasta el perro resguardaba el rabo de tan gigantesca ira!
Y yo lo olfateaba, mi lengua chasqueaba, el vello de los brazos se me erizaba, y mis oídos escuchaban el blasfemar del viento.  

                                                  El Invierno, de Francisco de Goya