sábado, 12 de noviembre de 2011

LABORES I


No sé muy bien por qué lo hacía ni por qué, a pesar de mi nueva situación y de la agradable compañía que ahora tengo, lo sigo haciendo. Lo cierto es que, para sentirme aliviada, necesito, sin concederme una tregua, seguir con esta distracción que  me seduce y me hipnotiza. Este impulso abrasador me tiene enganchada por el mango la voluntad, pero así está bien, porque consigue que tenga la mente y las manos ocupadas.
Creo que terminaré tejiendo bufandas, jerséis y gorros de lana para todas mis buenas amigas del piso. ¡Son tan atentas! Siempre están pendientes de mí, he tenido mucha suerte con ellas, porque exceptuando a mi madre que era la mujer más dulce del mundo, nunca he recibido tanto cariño como ahora, principalmente de las más veteranas.
¡Menos mal que hice caso a mi hermana Isabel! ¿Por qué no me atreví a hablarle antes?
Cuando termine esta rebeca que estoy tejiendo para la psicóloga, a Rosarito, como es muy joven, le voy a confeccionar una bufanda de rayas con colores alegres, para que se le animen y le resalten esos ojos de azul cielo que tiene, y desaparezcan las nubes de tormenta que ahora les cubren. Parece que aún falta, pero pronto refrescará, así que le vendrá muy bien, porque yo creo que en cuanto se relaje un poco, se le cure la pierna y pueda andar, podrá salir a la calle. ¡Ah! Y unos calcetines y unos guantes a juego con la bufanda, así se verá muy bien cuando se ponga las deportivas y los vaqueros de pescador. Pobre, debería estar tonteando con los chicos de su edad, todavía es casi una niña para verse en estos avatares. La quiero como si fuera la hija que no he tenido.
A Claudia, que está siempre seria y apenas se comunica —no sabemos que le ha pasado—, le voy a hacer una chaqueta larga, larga, hasta las rodillas, que parezca un abrigo, para que cuando vaya a trabajar no pase frío, que me parece que anda un poco falta de ropa calentita. Mientras tejo y ella mira la televisión, me gustaría charlar un rato, pero no me atrevo a decirle nada. A lo mejor, cuando le dé el regalo, rompe el mutismo y se decide a hablarme. Estaría bien, sería bueno, sobre todo para ella, porque me da que no tiene a nadie, pues, a no ser que la hayan visitado en estos días que estoy fuera, nunca he visto que alguien viniera a verla. Como es hondureña puede que no tenga familiares aquí, mayor motivo para que se abra un poco y haga amigas. En fin, le daré tiempo.
Nadie me obliga, nadie me lo ha pedido, pero yo siento la necesidad de tejer y tejer, de tener las manos ocupadas, como antes lo hice con el ganchillo y el punto de cruz. Es la única forma de controlar la anarquía de mis nervios. Además, no sé hacer otra cosa.
Las compañeras, al igual que mi hermana, parece que me entienden, porque no se ríen cuando me ven, en cualquier lugar, inmersa en mi quehacer. Tengo mucho que agradecerle a Isabel, desde que lo supo se está ocupando de mí, debía de haber hablado con ella desde el principio, y no permanecer callada como si nada pasara. Ahora me ha traído a la playa para que me distraiga. Lo ha pagado todo. ¡Dios mío, lo que le habrá costado este apartamento! Yo hace mucho tiempo —desde que me casé— que no sé lo que es disponer de dinero. Ya, ya me costaba sisar a mi marido para conseguir mis lanas y mis hilos, prefería quedarme sin comer antes que renunciar a ellos. Él no se daba cuenta, ¡cómo casi nunca estaba en casa! Mejor así, porque el frecuentador de bares, cuando llegaba de “clase”, como él decía —ningún día perdonaba la lección—, nunca sabía por donde me iba a salir.
Me dicen, que cuando vuelva a trabajar, recuperaré por fin mi soberanía, y volveré a ser la que era, pero con más experiencia de la vida. Me gustaría mucho que así fuera, aunque…, lo veo todo tan lejano...
En estos momentos me siento mejor, pero hoy he sufrido mucho durante dos horas. Pertrechada debajo de la sombrilla no me atrevía a sacar las agujas. Me decía: “Carmen ¿qué haces en pleno verano, con cuarenta grados, en la playa, y tejiendo en lugar de bañarte y tomar el sol? ¿No pensará la gente que estás chiflada?” Y esta reflexión me frenaba, aunque me repetía: “Me voy a retrasar, ya podía haber adelantado un montón. Por mucho que lo quiera  recuperar luego, me va a ser imposible terminar lo que planeaba hacer hoy”.
Cómo tampoco puedo leer… ¡con lo que antes me gustaba! Cuando estaba soltera y empezaba una novela, si me enganchaba a ella ya no paraba hasta terminarla, a veces pillaba una verdadera indigestión de letras. Pero ahora, ahora no consigo centrarme en nada que no sean mis labores, sólo ellas me calman y logran que me olvide del resto.
¡Dos horas! No he conseguido relajarme hasta que ha llegado esa señora encantadora que está sentada a mi derecha. Cuando la vi sacar de la bolsa su labor  me dije: “¡Ah! Pues si ella lo hace yo también. Estoy salvada, ya no soy la única”. Y me he puesto a tejer como una descosida. Mi vecina playera me ha dirigido una mirada de complicidad y me ha sonreído. Isabel se ha limitado a mirarme de reojo y no ha dicho nada. Tampoco me suelta  reproches cuando me ve tejiendo en el aseo, en la cocina, en el parque…                                                                                                          ...continua 

2 comentarios:

  1. No lo dudes, cada uno tiene que hacer aquello que lo hace sentir bien, no importa lo que le parezca a los demás. Si es creativo -entendido como lo contrario de destructivo- está bien.
    Hagamos las cosas con entrega, es el único modo de hacerlo bien.
    Tony.

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  2. hubo una época q me dio por hacer bufandas, hice mil, jaja

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