lunes, 1 de noviembre de 2010

VIVENCIAS

Me desperté antes de lo previsto, a mi mente le urgía espantar el pensamiento que, por culpa del  negativo de mi sangre, durante los últimos meses me había acompañado. A veces, tal pensamiento se me pegaba en la sesera igual que un chicle, que por más que lo estiraba no conseguía desprender; al contrario, crecía y crecía hasta formar, conmigo dentro, una descomunal pompa que me ahogaba.
—¿Es normal? ¿Está bien? —fueron mis primeras palabras.
—Sí, y está perfectamente.
—¿Qué hora es?
—Las tres y media.
Escuché a la misma enfermera comentar: “Que pregunta más rara. ¿Para que querrá saber la hora?”. Y un eco lejano  que repetía: “Es una niña preciosa, es una niña preciosa, es una…”
Sabía que mi hija había nacido sin problemas, y a que hora se había consumado mi anhelo. Ya me podía abandonar de nuevo al sueño inducido. 

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